detalles de la exposición
Carlos Montaño
Roma: La memoria de la tinta
Del 24 de abril al 1 de junio de 2024.
Inauguración: viernes 23 de febrero a las 20 h.
Carlos Montaño
Roma: La memoria de la tinta
Del 24 de abril al 1 de junio de 2024.
Inauguración: viernes 23 de febrero a las 20 h.
Galería Birimbao (Sevilla)
Carlos Montaño
En la exposición “Roma: La memoria de la tinta”, del artista sevillano Carlos Montaño (Sevilla, 1956), se presentan una serie dibujos a la tinta sobre papel ejecutados entre los años 1996 y 1997 durante su estancia en la Real Academia de España en Roma, dos obras de mayor formato más recientes, así como dos piezas escultóricas que no hacen sino incidir en la multidisciplinariedad del artista. En cualquier caso, el título de la exposición viene encabezado, como no podía ser de otra forma, por el nombre de una ciudad, Roma, y es en Roma donde se sitúa el punto de arranque de esta aventura, allá por los años 90.
La beca de Roma constituye un programa centrado en artistas, investigadores y creadores que tiene como objetivos, entre otros, contribuir a la formación artística y humanística de los distintos beneficiarios, intensificando la presencia cultural española en Italia.
Así, para el artista, no sólo supone formación, sino, sobre todo, la aprehensión del alma de los lugares visitados, del aire interpuesto en el que aun flotan las conversaciones de aquellos que moraron los distintos paisajes. Son estas, entre otras cosas, las que, quizás, hagan valedora a Roma del apodo de “ciudad eterna”. Y es “eternidad”, precisamente, uno de los conceptos que conviene traer a colación, y que tan presente está en la obra de Carlos Montaño.
En los dibujos presentados en la exposición, Montaño enfrenta a las figuras a un conflicto intrínseco al ser humano: lo temporal y lo eterno. Así, el artista contrapone figuras (humanas y, por ende, temporales) que se contorsionan sobre sí mismas, no por la búsqueda de la plasticidad visual de la forma (que, no obstante, consigue de forma magistral), sino para servir al fin superior de la meditación acerca de las fronteras entre cuerpo y espíritu.
Especialmente sugerente me resulta la paradoja de la obra en la que se escribe la locución latina “damnatio memoriae” junto a la representación de un cuerpo, pues ello no es más que un ejemplo evidente de la ausencia de intención de reflejar al hombre como fin en sí mismo de la obra artística, sino como mero elemento al servicio de la búsqueda de lo trascendental. La condena de la memoria que sólo puede predicarse, por definición, de aquello que, de alguna forma, no perece.
De este modo, las caras, los rostros humanos y, como tales, temporales, fugaces y etéreos, se convierten en una abstracción en sí mismos, que huyen de la caracterización e individualización para aspirar a un modelo universal, atemporal, a fin de cuentas, que parecen querer escapar de la frágil ilusión del tiempo.
Por otra parte, la tinta (material que da título a la exposición y en el que han sido ejecutados los dibujos) tiene ese doble elemento narrativo: el del proceso del dibujo, y como elemento característico e icónico de la obra literaria, que dota a las obras expuestas no sólo de ese cariz ligero, efímero (pero a la vez intemporal) propio de los dibujos que determinan un proceso artístico, sino de un aura narrativa que habla no sólo de las vivencias del hombre que nos las descubre a través de su ágil ejecución, sino de la historia de toda una humanidad que interactúa, de esta suerte, con la eternidad.
Creo que, además, la obra de Montaño tiene matices de poesía visual que, si bien no buscada intencionadamente, es una consecuencia inevitable de aquellos artistas que obran el milagro de partir de la experiencia cotidiana para transmitir una experiencia sensorial a través de lo visible. Esta poética visual me trae a la memoria unos versos del poeta T.S. Eliot:
Tiempo presente y tiempo pasado
Están ambos quizá presentes en el tiempo futuro,
Y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente
Todo tiempo es irredimible.Lo que podía haber sido es una abstracción
Y permanece como posibilidad perpetua
Sólo en un mundo de especulación.
Este flujo tiempo pasado-tiempo presente-tiempo futuro se me antoja aún más palmario en las obras de los “bañistas”. Figuras que, inspiradas por los baños nocturnos en la playa de Ostia, aparecen sumidas en la penumbra, casi ocultas, como proyecciones sobre una lona de un teatro de sombras.
Luz de medianoche fracturada sobre el Mediterráneo, como una sombra aciaga, como un espejo del tiempo que trasciende y proyecta, así, los cuerpos.
De esta suerte, a veces, el misterio de lo invisible, de lo velado y ocultado a nuestros ojos tan acostumbrados al exceso de impactos visuales, se antoja tan sugerente que nos resulta imposible plantearnos la posibilidad de que, bajo esos tímidos papeles que sirven de soporte a los dibujos, no encontremos las piernas de los esquivos bañistas que el tupido manto de las aguas nocturnas oculta a nuestros ojos.
Así, como decía Eliot, lo que podía haber sido queda como una especie de abstracción, que permanece como una posibilidad perpetua en el mundo de la especulación de los ojos del espectador. El eco de las pisadas de los bañistas, por tanto, resonará eternamente en el espacio, convirtiendo el recuerdo en un eterno presente condenado, inexorablemente, a perdurar.
Este ocultismo casi sacro se eleva a su máximo grado en la pieza escultórica que representa a un bañista, donde un cubo negro emula ese ángulo ancestral en el que cielo y mar se funden en un horizonte al que el artista renuncia con el sólo fin de dar un protagonismo absoluto a la magia del recuerdo sencillo de un baño bajo la mirada atenta de las estrellas.
En la exposición se presentan, asimismo, dos obras más actuales, en las que se vislumbra cómo Roma sólo fue un paso más en ese camino que el artista parece haber asumido casi de forma innata. Una senda en la que explora más allá de lo visible, para adentrarse en el mundo de conceptos como la razón, la duda, o la memoria.
De esta forma, en alguna parte, San Sebastián, y otros personajes históricos con los que el artista comparte sus vivencias en Roma, continúa, y continuará eternamente, su tránsito, así como Carlos su viaje artístico que, al igual que plantean los dibujos presentados en esta exposición, parecen tener esa magia de aquel que encuentra su lenguaje, ese conjunto de signos que hacen que aquello vivido perdure y que, por tanto, escape del enigma insondable del tiempo.
Javier Tello Villagrán
Roma: La memoria de la tinta XII 1996 – 1997
Mixta sobre papel 29,7 x 21 cm
Roma: La memoria de la tinta XIII 1996 – 1997
Mixta sobre papel 29,7 x 21 cm
Roma: La memoria de la tinta XIV 1996 – 1997
Mixta sobre papel 29,7 x 21 cm