Del 23 de marzo al 30 de abril de 2022
Birimbao nos ofrece la ocasión de acercarnos al más reciente trabajo de un artista, entre los muchos actuales, formado en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla. Andrés Aparicio presenta un conjunto de obras con las que busca responder a la necesidad de exteriorizar algo de lo que lleva en su interior. Con este fin, construye historias para compartir experiencias. Su paso por Palermo ha significado romper lazos con vivencias anteriores y hasta su cerebro llegan imágenes de calles, tejados, aceras, palacios, casas en ruinas, barandas de mármoles caídos, ropa en tendederos, escudos que a veces pueden mostrar luto: un mundo para ver, para admirar, para amar, para pintar y sobre todo para sorprender a quien mira. Un mundo para recorrer mercados, escuchando y empapándose de vida. Un mundo para el dibujo y para el color. Un mundo para la técnica y para el soporte. Al final todo parece dirigirse a la pureza, a la plenitud, al dominio del uso del color con primarios, secundarios, complementarios: un revenir palermitano para construir belleza y plasmar sobre el papel las vivencias más íntimas. El arte es un lenguaje profundamente diferente del que hablamos con palabras e ideas ya que permite expresar las zonas más recónditas de la propia conciencia que sin él permanecerían inéditas. Esa es su fuerza. Por eso cada artista, tiene que encontrar su personal manera de comunicar. En esa línea está Andrés Aparicio que en estos momentos ofrece una plenitud exultante con una manera muy particular de construir escenas representando espacios parciales que uno “siente” como mucho más amplios. En cada cuadro presenta un resumen de voces, gestos y colores que hacen que la obra exija del observador la terminación de lo que está viendo. Algo que resulta seductor al permitir que la vida de cada óleo no termine en mucho tiempo.
El artista que tiene una relación muy especial con la madera, un material que combina austeridad y fragilidad, monta papel sobre tabla y resalta el bastidor para que la madera sea bien visible, reforzando la expresividad de lo pintado. Es una forma de dar volumen a los cuadros al mismo tiempo que distancia la obra de la pared, creando profundidad y belleza.
Gusta, Andrés Aparicio, de trabajar al óleo y en la exposición destaca la variabilidad del tamaño desde 201 x 127 cms hasta pequeños cuadros de 21 x 30cms. Cada trabajo es una combinación de los vectores esenciales de su arte: observación, color, forma y espacio. Obras a veces en verde con sombrillas rojas, a veces en azul con tonos ocres. A observar las paredes en negro o blanco ladrillo y las historias de curiosos personajes cercanos a los cuentos de la Mafalda de Quino. En ocasiones hay saltos del amarillo al verde, del verde al rojo, del rojo al azul. Un recorrido cerrando el círculo cromático para confirmar la importancia determinante del color según la descomposición de la luz establecida por Newton. Los cuadros de pequeño tamaño marcan un punto álgido en esta exposición. Muchos de ellos exhiben ropas colgantes con un toque zurbaranesco que los convierte en joyas de valor.
Hay un pintor español considerado maestro de la luz y el color, que se instaló en Bruselas en los últimos años del siglo XIX. Un artista, Darío de Regoyos, que representa el vínculo más directo del arte español con los núcleos generadores de la modernidad artística de la época. Junto con su amigo Émile Verhaeren hicieron un viaje por España del que nacería el libro “La España negra”. Una obra con ilustraciones xilográficas del propio Regoyos que también fue el primer español en usar la técnica puntillista. Como pintor poseía una gran curiosidad que le llevó a viajar, a conocer ambientes diferentes y a ser más atrevido que pintores contemporáneos suyos. Alguien que, como Andrés, encontró en el alejamiento y las nuevas amistades, la fuerza para transmitirnos, compartiendo, su concepto más íntimo del arte.
Alberto Hevia.