Del 3 de noviembre al 5 de diciembre de 2017.
El trabajo “Le Cabanon”, supone un hito importante en el discurso creativo de Norberto Gil. Durante los últimos años, sus arquitecturas pintadas han ido desgranando lenguajes de luz que ofrecen ahora, nuevas construcciones de planos y color muy atrayentes. También hay que destacar cómo al final, muchas de las obras expuestas ponen de manifiesto una personal e interesante manera de abstracción geométrica. Algo que venía anunciándose y que ha terminado por llegar.
El origen del tema nace porque un día, el azar, ese elemento básico de todo proceso evolutivo, lleva a Norberto a interesarse por las casas de campo o cabañas de mínimo espacio en las que músicos como Mahler, escritores como Virginia Wolf o filósofos como Heidegger entre otros, buscaban alejarse del medio urbano en un intento por encontrar en la naturaleza la medida de lo cercano y el empuje hacia la creación. Y a través de esa búsqueda, se produce el encuentro con una faceta particular de la figura que protagoniza la revolución arquitectónica más clara del siglo XX: Le Corbusier. Los trabajos vinculados a los paisajes del Mediterráneo francés donde vive y trabaja hasta su muerte el arquitecto y en los que la importancia de la relación entre arquitectura, tierra, mar y hombre se hace íntima y cercana son los que más despiertan el interés del pintor.
Al final Gil, que posee una sólida formación en el diseño gráfico, queda atrapado en le cabanon de Roquebrune-cap-Martin, en la configuración de todos los elementos y espacios que la componen, en la dimensión íntima de la teoría arquitectónica del maestro, en el compromiso entre tradición y modernidad que todo ello supone. También como siempre, sigue sorprendiéndole en Le Corbusier su dominio de las artes plásticas tanto en la faceta de pintor, escultor, diseñador e incansable investigador, como en la de arquitecto.
Y a partir del estudio de esos 16m2 comienzan a surgir los cuadros de esta exposición. Ventanas, respiraderos, proporción áurea, geometría y color. Amarillo, blanco, verde, rojo, más blanco y azul. Cuadrados, rectángulos, elementos ergonómicos, luces y sombras. Con todo va Norberto Gil construyendo sus obras para ofrecernos formas en las que el color refuerza su autonomía atrapando la atención del espectador. Una pintura personal, una pintura original, trabajada con rigor, con sabiduría, con sentido del ritmo y rotunda composición. Una técnica difícil y perfecta. Desde la tela primigenia de la que se elimina cualquier resalte existente, hasta la mezcla completa de las pinturas acrílicas para borrar cualquier grumo. Sólo la línea para crear la forma, sólo el color para crear la luz. En este caso, el dominio absoluto de lo bidimensional como una elección hecha para expresar el mundo interior de una persona y de cierta manera, engañar la soledad del artista que vive la pintura como un oficio fundamentalmente solitario.
Son veintidós las obras que pueden verse entre la sala principal y las auxiliares, realizadas en cuatro tamaños diferentes. La mayoría están en el rango de 116 x 81 ó 81 x 116 cm. y forman el grueso del lenguaje expositivo, pero otras más pequeñas marcan esmeradas composiciones para el disfrute y la reflexión interior.
Conviene ver con detenimiento cada pieza e ir disfrutando con los elementos que la componen, pero nosotros hemos elegido alguna casi, casi, por azar, para matizar nuestras impresiones. Entre las de mayor tamaño, fijémonos por ejemplo en la “Entrada amarillo”, una composición que marca el amarillo del suelo de la cabaña entre la luz externa y el negro más sereno. Al detenernos en “La contraventana brezo” descubramos su abanico de sombras y degradación de colores que van del blanco al negro. Con “La puerta garanza” por ejemplo, el observador puede percibir el marcado equilibrio conseguido y que a priori parecería difícil de lograr.
En otras tres piezas, por eso las destacamos, domina principalmente el negro y sus matices combinados con blancos o grises o morados, alcanzando el artista, un resultado final de sólida vitalidad.
Terminamos con ese lienzo de mayor tamaño, construido a manera de díptico para ofrecer un compendio de todos los saberes y las muchas esperanzas del autor.
En resumen, cada cuadro de los veintidós es un reto y cada resolución confirma la profundidad de quien crece y se hace grande con el tiempo: su autor.
Alberto Hevia