Del 28 de septiembre al 31 de octubre de 2018
Inaugura la temporada 2018 – 2019, Birimbao, con una serie de los trabajos más recientes de Ana Barriga, artista que vuelca sus rasgos más íntimos, en un mundo de color. Que “habla” con la pintura. Que muestra a través de ese lenguaje, un mundo interior repleto de inteligencia, imaginación, humor. La fuerza de su juventud transmite frescura y atrevimiento a unas imágenes que plasman misterio y realidad al mismo tiempo.
Cada obra traduce, desde el escepticismo y la ironía, su manera única de relacionarse con el entorno: “La relación de la persona con su medio es una preocupación constante. Dicha relación puede ser fortuita o estrecha; simple o compleja; sutil o rotunda. Puede ser dolorosa o agradable. Ésta es la base de la que nace toda mi obra” establecía en un momento de su vida, Louise Bourgeois y en esta estela se siente a gusto Barriga construyendo desde el dibujo y el audaz colorido, espacios visuales de sorpresa con los que fuerza al espectador a interiorizar un mundo pictórico de juguetes con marcada deriva hacia el absurdo. Bibelots que “chirrían” y que retrotraen a cuentos de la infancia, confirmando que la creación es muchas veces insidiosa, sobre todo para el artista rebelde que vive rompiendo normas, estudiando, reflexionando, pintando. Resultado final, la novedad de lo perenne: forma y color estructurando espacios.
La exposición, realizada con una personal técnica mixta de óleo, esmalte, rotulador y spray sobre tela está compuesta por once cuadros de diferentes tamaños desde los 186cm x 144cm de “De animales a dioses” hasta los 37cm x 31cm de “Llámame” y lleva por título: “Charlestón, lambada y perreo”. Un mundo de danza y música rítmica con fuerte carga sexual que empuja al movimiento y al exceso. Y ahora, desde esta inestable economía del momento, en la que, por ejemplo, el swing resurge con éxito en Europa y América, decide Ana Barriga, apoyándose en los tiempos musicales, compartir su mundo más íntimo y arcano con el mundo de los otros. Lo hace, buscando convertir en realidad pictórica el dolor de sus sueños. Contando maravillosas historias como las que comentamos.
En “Charlestón, lambada y perreo” sobre un fondo de grueso puntillismo con imágenes de marcado primitivismo y dispersas palabras, crea volúmenes azules construidos con su personal forma de levantar espacios escultóricos.
“Cactus tigre”, muestra una estela: rojo, azul, amarillo, tras el blanco de un cactus sin verde sobre el que zigzaguean líneas celestes para sorpresa de cualquiera.
Acercarse a “Mi Curro” es entrar en un juego de peluches con trasfondo de teselas y campos de color de gran delicadeza que llevan a pensar, probablemente sin motivo alguno, en Alfred Jensen y los espacios abiertos de los pintores que vivieron la “color field painting” de los ya lejanos años 60.
“Bailas” ofrece un lecho blanco- pastel sobre el cual la música se amplifica a partir de un muñeco en madera, rígido, cual fijación del tiempo.
Resaltar por último “Cucú”, esa obra que abraza entre sus medias caras de muñecas chinas, el final de la calavera que seremos. Homenaje y presencia de cualquier Valdés Leal que se precie.
En conjunto la exposición muestra una indiscutible dignidad, fruto de la seriedad y el esfuerzo con los que la pintora encara todo el proceso de creación artística. Esa búsqueda continua de respuestas. Esa superación entre el cuadro soñado y el realizado. Ese manejo de colores y formas buscando siempre acotar la variación infinita de posibilidades. Todo ese saber estar en el mundo del sufrimiento creativo y bello es lo que encontramos en este Charleston que Ana Barriga nos ofrece
Alberto Hevia.